Jesús no vino a buscar a los perfectos, sino a los que necesitan su amor y su misericordia. Hoy vemos cómo llama a Leví, un publicano, es decir, alguien mal visto por su propio pueblo porque cobraba impuestos para los romanos. Pero Jesús no lo juzga ni le exige cambiar antes de seguirlo. Simplemente le dice: ?Sígueme?, y Leví, sin dudar, deja todo atrás y lo sigue.
Celebramos también hoy a San Juan de Dios, un hombre que también vivió una conversión radical. Durante su juventud llevó una vida desordenada, pero un día experimentó profundamente el amor de Dios y lo dejó todo para dedicarse a los pobres y enfermos. Creó hospitales y cuidó con ternura a quienes la sociedad despreciaba. Él entendió perfectamente las palabras de Jesús: ?No necesitan médico los sanos, sino los enfermos?, y se convirtió en reflejo de la misericordia de Dios para los más necesitados.
En esta Cuaresma, este Evangelio nos invita a dos cosas. Primero, a dejarnos encontrar por Jesús, como Leví y como San Juan de Dios. Muchas veces pensamos que no somos dignos, que no estamos preparados, que tenemos que arreglar nuestra vida antes de acercarnos a Dios. Pero Jesús nos llama así, tal como somos. Y segundo, nos invita a mirar a los demás con la misma misericordia. En lugar de señalar a los que consideramos ?pecadores?, nos recuerda que todos necesitamos conversión y que el amor de Dios está abierto para todos.
Que en esta Cuaresma aprendamos a dejar lo que nos ata, a seguir a Jesús con un corazón libre y a llevar su amor especialmente a los que más lo necesitan, como hizo San Juan de Dios.