El Evangelio de hoy nos habla del sentido profundo del ayuno, algo que en Cuaresma solemos practicar, pero que Jesús quiere que entendamos más allá de una simple norma externa. Los discípulos de Juan le preguntan a Jesús por qué sus seguidores no ayunan como lo hacen ellos y los fariseos. Y Jesús responde con una imagen hermosa: mientras el esposo está con ellos, no es momento de ayunar; pero llegará un tiempo en que se lo quitarán, y entonces ayunarán.
Hoy, en la fiesta de Santa Felicidad y Santa Perpetua, este Evangelio cobra un significado especial. Estas dos mujeres, una esclava y la otra de familia noble, vivieron en el siglo III y fueron martirizadas por no renunciar a su fe en Cristo. Ellas entendieron que el verdadero ayuno no es solo privarse de comida, sino estar dispuestas a renunciar a todo por amor a Dios. No ayunaban por costumbre o para que las vieran, sino porque su corazón estaba completamente entregado al Señor, y esa entrega las llevó hasta el martirio con valentía y alegría.
En este tiempo de Cuaresma, Jesús nos invita a ayunar, pero no solo de comida, sino de todo lo que nos aleja de Él. Ayunar de egoísmo, de superficialidad, de quejas, de envidias. Ayunar de palabras vacías para hacer más espacio a la oración sincera. Felicidad y Perpetua nos enseñan que seguir a Jesús implica un amor radical, una fe que no se tambalea ante el sufrimiento, porque confía en que después de la cruz viene la resurrección.
¿Qué significa para mí ayunar en esta Cuaresma? ¿Es solo un sacrificio externo o una forma de acercarme más a Dios? Que este tiempo nos ayude a vivir con más autenticidad, como lo hicieron estas santas, recordando que el verdadero ayuno es el que nos abre el corazón a la presencia del Señor.